Aquel día de enero, el sol volvía a brillar en el cielo oscuro, poblado de smog y nubes negras, que solían cubrir a la industrializada ciudad de Stahle. El clima continuaba siendo el típico frío invernal, asediado por lloviznas esporádicas y alguna caída de escarcha cerca del área rural; los ciudadanos se veían obligados a portar pesados abrigos para protegerse del aire helado, mientras compraban suficiente carbón o recolectaban leña para sus salamandras.
Dentro del perímetro militar, muy a las afueras de la gran ciudad, las fuerzas de infantería habían comenzado su mañana una hora antes que el resto del poblado. En el galpón destinado a servir de comedor, varios escuadrones se encontraban terminando su desayuno; a muchos les tocaría capturar guerrilleros en la frontera Lukenia-Inkeizeilana, o verificar que no hubiera infiltrados en las regiones más rurales de Stahle, sino terminarían entrenando esperando batallas que quizás nunca lleguen.
—Coronel Kuzanovic, ¿hoy piensa llevarnos al campo de batalla, o seguiremos aburriéndonos, entrenando, como hacemos desde hace siete meses? —increpó un joven de piel morena, que vestía un uniforme verde oliva, a su superior. Tomó asiento en frente de él.
El susodicho, un hombre de pelo castaño oscuro con varias canas visibles, no levantó la vista de su plato, que se encontraba vacío; juntó los cubiertos y se dispuso a responderle a su subordinado.
—No hay necesidad; no nos encontramos en guerra, técnicamente hablando… — Le respondió con una voz grave y profunda, manteniendo el rostro bajo.
El muchacho chasqueó la lengua; posó sus ojos marrones en aquel superior que no parecía dispuesto a pelear: —Señor, los lukeninos se revelaron hace siglos a nuestra patria, que ellos no quieran aceptar esa ofensa como una declaración de guerra…
El coronel le fulminó con sus ojos grisáceos, frunciendo el ceño en una imponente señal de que cerrara la boca. Su nariz griega y las arrugas en su rostro le daban un aspecto temible, pero de un sujeto que rondaría sus cuarenta años.
La respuesta del superior hizo que varios de los presentes en aquel mesón, unos doce en total, se pusieran al tanto de la discusión. Todos ellos se encontraban en el sector más alejado del galpón, se podría decir que incluso permanecían aislados del resto de los uniformados.
—Son un grupo de campesinos que nunca estuvieron de acuerdo con el Schema… — hizo una pausa, mientras se levantaba de la mesa; su corpulencia y altura llamaron la atención de varios soldados jóvenes ubicados en tablones diferentes. —ni siquiera han llevado su “revolución” hasta esta nación; no necesitan de la Unidad Metamorfa cuidando la frontera. —Finalizó su discurso, con un dejo de disgusto. Se dirigió hasta el buffet, depositando la vajilla en la barra y se encaminó por el pasillo que conducía a los baños.
—Mierda, Elan, ¿tienes que poner de mal humor al viejo desde tan temprano? —Le criticó uno de los soldados del mesón; sus patillas pronunciadas y su cabello castaño rojizo recogido en una coleta llamaban la atención de cualquier curioso.
—No es mi culpa que sea un sentimentaloide. —Refunfuñó Elan, pasando sus dedos por unos finos bigotes felinos que sobresalían de sus mejillas.
Un tercer muchacho, de piel pálida y cabello castaño de aspecto platinado, se sumó a la charla; —Es un amargado porque no disfruta la jugosa mercancía que nos traemos de esos inmundos pueblos lukeninos, —comentó con desprecio, pasando su lengua puntiaguda por sus finos colmillos; —En la última pelea, trajimos a varias desertoras de ese pueblo en Spitalati, y él, se marchó a la carpa a leer.
— ¿Qué puedes esperar de un svanhilduriano? —Inquirió un cuarto participante, que también presentaba grandes patillas y una barba rubia muy tupida —Ahí en Kalltland son todos unos…
El sujeto no puedo terminar su insulto, puesto que otro ocupante, el capitán de la unidad, los hizo callar. Parecía ser el miembro más viejo de la mesa, su nariz caída, pelo completamente canoso y arrugas en su frente lo denotaban como tal. Observó con sus ojos negros a todos los presentes que habían causado alboroto y se dispuso a reprenderlos por su actitud infantil.
— ¡Parecen mujeres! —Exclamó asqueado el hombre canoso, golpeando la mesada —Chusmean del coronel, como cotorras…
— ¿Ya lo estás defendiendo? —Cuestionó el castaño, bastante irritado por la reprimida de su superior.
El capitán se quedó pasmado ante el descaro de los jóvenes; silenció al joven de la coleta y prosiguió con su reprimida:
— ¿Con qué motivo el general no actuaría así, rodeado de un montón de licántropos pandilleros, imprudentes con problemas de libido, — miró despectivo al joven de pelo platinado — extranjeros traidores a su gente, e incluso una despreciable rastrera?
Todos los soldados dirigieron una mirada curiosa hacia la única ocupante femenina de la mesa; sola, en un rincón y envuelta en sus pensamientos, no parecía ser mayor de quince años y apenas había tocado su comida. Al menos todos sus compañeros la habían evitado.
— ¿En qué pensaban los superiores cuando dejaron entrar a esa cosa? — inquirió uno de los licántropos, examinando con desprecio a la joven.
—Que somos la unidad para las “sobras metamorfas”… — respondió el muchacho de piel morena, viendo despectivo al capitán.
—Tiene suerte, ningún idiota sería capaz de tocarle una escama a eso. —Ironizó el vampiro.
El anciano de bigote soltó un bufido: —Aunque sea una sombra, dentro del campo de batalla dará mejor desempeño que cualquiera de ustedes… y es más tolerable su presencia que la de los traidores a sus congéneres.
La discusión continuó elevándose de tono, ignorando la ausencia del general.
Hacía varios minutos, había sido abordado por el Teniente General, quien solicitaba su presencia ante la General de Brigada Cheryl Ghislaine Rozzënberk. Ambos hombres se dirigieron a la oficina de la superior, la cual tenía una decoración bastante minimalista; sólo tenía dos grandes archivadores bañados en color beige, una mesita ratona de madera donde reposaba un juego de té en porcelana de bordes celestes, y un escritorio de metal, con un telégrafo y una máquina de escribir de bronce.
Kuzanovic tomó asiento en frente de la general, mientras el otro se retiró del lugar; la muchacha, que vestía un uniforme militar blanco y tenía su cabello rubio platinado recogido en una boina, se encontraba mandando un mensaje por el telégrafo.
—Coronel Kuzanovic, tengo una misión muy importante para su pelotón. — comentó la muchacha, dejando el telégrafo de lado.
El hombre de pelo castaño no respondió, esperando que su superior continuara; no estaba animado de escuchar la noticia.
—Creí que estarían varios meses, incluso más, sin actividad; pero ha surgido algo que requiere a tus hombres…
—La última vez eran humanos, inocentes, —irrumpió el coronel —la mayoría no llegaban a los veinte años…
Cheryl impidió al coronel terminar, con una tenue risa burlona, entrecerrando sus ojos celestes y cubriendo con disimulo sus finos labios. Él la observó con perplejidad, algo de enojo, pero se mantuvo callado.
—Geoffrey… —masculló con su suave voz, en tono amistoso —Sigo sin entender esa moralidad tuya, que te arrebata de tus deberes patriotas y te alejan de tu lealtad a nuestro ejército. —La joven hizo una pausa, aprovechando de servirse algo de té; ofreciéndole malogradamente un poco a su subordinado, —Aunque fueran civiles, se estaban oponiendo subversivamente al gobierno…
—Tienen ideas diferentes, sería bueno escucharlos alguna vez. —Interrumpió el pelinegro; la mujer lo ojeó desdeñosa, mordiendo su labio inferior antes de continuar su discurso.
— ¿No crees que esa gente estaría mejor con nuestros planes de contención familiar, protección militar y policía controlando durante los toques de queda y el Sistema de Regulación Para Metamorfos? —inquirió la teniente, desafiando a la actitud altanera de Geoffrey.
El hombre no respondió, se quedó cabizbajo, apretando sus puños contra su pantalón verde oliva, esperando que la joven continuara. Al notar que el silencio se prolongó durante algunos minutos, decidió dejar de lado su moral y arriesgarse a decir algo que lo terminaría atormentando por las noches.
— ¿Cuál es la misión? —preguntó con desdén.
La joven esbozó una sonrisa, lo que le dio un aspecto inocente a su rostro. Ignorando los sentimientos del coronel, se dispuso a explicarle la situación:
— ¿Recuerdas que en el último reconocimiento, estos campesinos nos amenazaron con tomar al pueblo de Olivenöl, utilizando a metamorfos aparte de sus armas de fuego? —Geoffrey asintió, intentando no recordar la masacre de aquella ocasión. —Pues, esta vez no es una falsa alarma.
Cheryl continuó mirándolo con su semblante aniñado, que ocultaba algo de satisfacción por el hecho de que la brigada a su cargo acabaría con un grupo importante de rebeldes. El coronel se mantuvo en silencio; esta sería la primera vez que su escuadrón peleaba contra verdaderos metamorfos, pero al mismo tiempo volverían a atacar humanos que sólo disponían de un rifle mal calibrado.
Sin nada más que objetar, se levantó de su silla y se despidió de la general con su saludo militar. Antes de que terminara de cruzar el umbral, fisgoneando la fecha que indicaba el almanaque de 1881, la mujer lo llamó para dejarle un último recado.
—Geoffrey… hazme un favor; trae a la comandante de esos bárbaros con vida… —El aludido se estremeció, como si ocultara algo que tuviese que ver con la joven mencionada —La última vez logró escapar; no quiero creer que uno de los nuestros la ayudó. Y se está volviendo persistente con el tema del golpe, —una sonrisa forzada apareció en sus labios al pronunciar eso —quiero acabar con ella personalmente.
El uniformado apenas murmuró una frase de asentimiento, dejando la oficina para buscar a sus hombres y dirigirse a una batalla que cambiaría el curso de su vida.
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